el signo urbano

Por mi se va la ciudad del llanto;
Por mí se va hacia la raza condenada:
La justicia animo mi sublime arquitecto;
Antes que yo no hubo nada creado.
¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!
Dante Alghieri, la Divina Comedia

El intento de apropiación del espacio que ingenuamente nos proponemos en la ciudad que no es más que una auto-observación. La praxis urbana no se da con pseudas movilidades sociológicas o antropológicas. la lectura de una ciudad como cuerpo social es con sus discursos y practicas hechas simbolos, cubriendose en una zona sin lenguaje o mas bien difuso y que creando estrecha relación afectiva con los códigos que la regulan se podra reconocer sus logicas administrativas.
Nuestras visiones como peatones improvisados son en realidad aparentes acercamientos a un mundo que la ciudad predispone para el constante nuevo espectador, carente de participacion, que lo predispone bajo pre-lugares que contienen particularidades valiosas pero alejadas de su sentido común. estos que llamo pre-lugares surgen principalmente en subjetividades extranjeras que visitan un espacio que parece conocible, estos visitantes que poseen códigos externos a una situación se mezclan con los signos superficiales que muestran la ciudad constituyéndose en una red de iconos interconectados que reapropian el lugar a un estado nuevo de significados.
La caminata por Barros Arana fue como unos intermitente flechazos de signos pre-elaborados que se comparten y que sin saber muy bien de ellos se posicionan como nexos entre el actor-observador y su medio, como apropiación de un nuevo espacio esta requiere una interpelación constantes con los símbolos, una mutua relación de acercamiento con lo im-puesto, que logre una identificación casi identitaria con sus sentidos.

En cuanto a los usos y abusos del habitar se puede recorrer sin previo aviso, por sus terrenos fértiles de saberes, recrear nuevos moldes para el estar, los caminos donde se sitúa la experiencia del extranjero se vuelve acogedor y se entrecruza por donde los peatones vagan por sus direcciones indescifrables. Asimilar los significados ocultos es trabajo de la imagen sensitiva que aparece aparente tras un modelo extraño de conocimiento.
la ciudad tiene que estar bajo reinterpretaciones persistentes de la carne, en flujos inútiles de percepciones acabadas por fatigamiento, en ir y venir de lecturas corporales que señalan el uso de la ciudad en los sujetos, para, así, develar su existencia, que a través de las codificaciones físicas o expresiones automatizadas muestran su cosificación uniéndose el hombre a la calle y que se ven materializadas en practicas-discursivas que provoca la revelación política de su pre-configuración abstracta de sentido. Reinterpretando los cuerpos se puede descubrir la ciudad, viendo los dolores, olfateando las heridas de experiencia, agotando los engranajes de seguridad y entrando verdaderamente en sus dispositivos se puede sentir la administración del sentido.
La ciudad por si misma hace el trabajo de las ciencias sociales, ella entra sin aviso en sus categorías, cae con juegos de re-tensión en los sujetos. Se puede proyectar en la ilusión, una masividad controlada, el símbolo urbano. La ciudad toma posesión de los signos y se los impone a los cuerpos-objetos-subjetivos para un interminable condicionamiento de las emociones hasta estandarizadas.

Las figuras físicas, arquitectónicas o materiales están siempre retroalimentándose de sus caminantes, de sus moldes significativos en una especie de matriz ideológica que cambia solo en su conjunto (salvo enunciados poéticos) es por ello que la lecturas hegemónicas de los semiólogos urbanos es una proyección abstracta de la practicas.
la ciudad que intenta ser moderna muestra el triunfo del uso racional del tiempo-espacio, la planificación de los cuerpos permite su reducción a categorías urbano céntrica que determinan el funcionamiento de sus leyes y las descripciones semióticas no son mas que reproducciones cartográficas hechas hace décadas por expertos, donde sus vías de viaje están prediseñadas con claros fines político-religiosos y que confluyen en los llamados lugares comunes, como por ejemplo se puede ver en las actitudes en veredas y parques donde entre ellos se pueden reconocer como otros iguales.
Mas que definir la ciudad o categorizarla es necesario que la ciudad entre en el sujeto para que pueda dar cuenta de ella, su resignificación pasa por la relación afectiva con los símbolos y sus personajes sujetos a ellos. La ciudad no se deja palpar tan fácilmente, contiene códigos secretos que se encubren en lo aparente ante imágenes explicitas que enseñan falsedades petrificadas en el conciente de los ciudadanos.

Aunque la memoria contiene elementos que expresan la ciudad esta se guarda hasta que pueda encontrarse con su código social que permita su salida y su pronta decodificación, ya que la memoria contiene rasgos de subjetividad que necesitan ser encausados por el otro social, es por ello que los recuerdos terminan siendo ajenos y entablan una nueva relación con el medio, arrancan a lo inmediato en un devenir creado por el estar de sus signos, que refigurados van articulándose con los lugares-momentos.
Las clasificaciones situacionales terminan siendo segundos de lucidez que finalizan cuando se hacen comunicables, su descripción es el momento en que interactúan tiempo-espacio-memoria, luego se esfuma, desaparece, hasta que vuelvan a otro estado mental presente, así la ciudad deja de ser un acto y se vuelve un instrumento de referencia que concentra los significados compartidos, en puntos de encuentros que buscan el equilibrio perdido.

Los ciegos son los peores enemigos de la ciudad, esta no puede codificar su emocionalidad debido a sus dispositivos visuales de comunión, por ello el cautiverio iconoclasta domina por los ojos y no llega al oído, la ciudad no se hace, se ve, ella impone sus métodos de sociabilidad, ella sujeta al individuo haciéndolo mas individuo, restringiendo sus opciones de creación simbólica. Reencontrar rincones que permitan la subjetividad del entorno como lo es construir el olfato o deconstruir los gustos y sabores se ven invadidos por términos afuerinos que dan la estabilidad pero lo alejan de su singularidad.
Las imágenes por otro lado muestran falsas impresiones colectivas acerca de lo concreto, percepciones que están condicionadas para reaccionar de forma tal que se vuelve predecible, la unión entre objeto y lenguaje permite la consolidación de las emociones estandarizadas, una vez que la emociones se hayan normalizadas por la sobre exposición de información visual las practicas discursivas se armonizan con el resto. Los sentidos no pertenecen a esta ciudad sobre protectora, el tacto se ve opacado por las luces invasivas que indican conceptos y frases elaboradas con una fina dedicación política que una vez ensayando con el cuerpo reduce la aproximación del habitar a la apreciación monoconceptual del otro-vecino desconocido.
las modificaciones del entorno se dan de forma interconectadas, lo que se calla en un rincón se transmite por omisión y sus expresividades se enfrentan en los bancos, las conexiones entre las estructuras y los agujeros que brindan la creación de subjetividad reformulan la constitución del entorno, la aparición de enunciados creadores propician un estar diferente, un habitar extranjero pero que domina las codificaciones de sus mediadores, se asocian a los signos sin embargo los regula añade nuevas lógicas de pronunciamiento y renovados actos de compenetración con la ciudad.

Los encuentros responden a un tiempo y un espacio y que adquieren una significación en su forma efímera y espontánea, más que en su contenido, cuando los asistentes urbanos se relacionan se establecen vínculos de cercanía y lejanía, según el grado de compromiso que exista entre ellos. Como dice Simmel no son las formas de proximidad o distancia espaciales, las que producen los fenómenos de vecindad o extranjería, ya que el espacio por si mismo no produce efecto alguno.